EL MILAGRO DE CASTAÑEDA
Decía Antonio Machado que el ser humano es una criatura paradójica, “un animal absurdo que necesita lógica”. Pero también vale lo contrario: un animal racional y lógico que necesita el absurdo para sobrevivir.
Visitando la colegiata de Santa Cruz de Castañeda, en Socobio, Cantabria, me sorprendió un bajorrelieve en el que fuera retablo del altar mayor que representaba la última cena. Cristo abraza tiernamente a su discípulo predilecto y a un lado, sobre la mesa, volcado, está el Santo Grial. Una gota de vino o de sangre parecía brotar de él. Alargué la mano y la toqué con el dedo. No, no se trataba de una ilusión óptica.
Como los niños, instintivamente llevé el dedo a los labios: era vino del color de la sangre. Miré en torno mío para contar aquel descubrimiento, pero mis compañeros habían ya salido de la iglesia y estaban camino del autobús. Corrí tras ellos. El sol de fuera me deslumbró y me hizo ver lo absurdo de la situación. ¿Qué iba a decirles? ¿Que había sido testigo de un milagro? Miré mi dedo: seguía manchado.
Recordé el Cristo de Donatello que está en la iglesia de Santa Maria dei Servi, en Padua. Se trata de un Cristo que hace exactamente seis siglos, en 1512, comenzó a sangrar por sus heridas. Aquel hecho prodigioso sirvió para acrecentar la fe de los creyentes y para animarles a perseguir con más saña a los herejes. Me dio un poco de miedo la cara del crucificado cuando, al azar de un paseo por Via Roma, lo vi por primera vez hace unos días. Parecía un extraterrestre, una sombría y siniestra criatura de otro planeta.
Manuel Lozano Leyva, en El fin de la ciencia, un libro de divulgación científica, arremete con muy buenas razones contra la astrología, la homeopatía, la ufología y otras pseudociencias. Con muy buenas razones y alguna ingenuidad. ¿Por qué nunca podremos entrar en contacto con extraterrestres?, pregunta. Y esta es la respuesta: “Admitamos que se logren construir naves casi tan veloces como la luz, el caso es que hay que acelerarlas. Un sencillo cálculo muestra que para acelerar una nave de la masa de un coche hasta un tercio de la velocidad de la luz, frenarla después (si no, ya me dirán), y hacer lo mismo al revés una vez que haya terminado la visita a unos vecinos situados a quince años luz, indica que se necesita la misma energía que consume Europa en veinte años. A ver qué Parlamento aprueba unos Presupuestos Generales del Estado que contemplen semejante partida. Y los extraterrestres para venir aquí seguramente tienen el mismo problema, porque sin duda son democráticos, ya que son tan listos”.
Hombre, si admitimos que somos capaces de construir naves casi tan veloces como la luz, ¿qué nos impide admitir que somos capaces de acelerarlas y frenarlas?
Pero los dioses y los extraterrestres que nos asustan y nos deslumbran no vienen de más allá de las estrellas, sino de lo más profundo de nosotros mismos.
Al dejar sobre la mesilla de noche el libro de Manuel Lozano que he estado leyendo, me sorprende ver que ha quedado nítidamente impresa la huella de mi dedo manchado con el vino y la sangre del Santo Grial, a pesar de que me lo había lavado concienzudamente al llegar a casa.
Un hecho inexplicable. Pero no me quita el sueño. A fin de cuentas, lo más inexplicable es que algunas de las cosas que nos pasan tengan explicación. O creamos que la tienen.
Domingo, 9 de septiembre
EL ÚLTIMO EN ENTERARSE
“Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan”. Con esta cita de Borges comienza Sherlock & Watson. Madrid Days, la nueva película de Garci. Pero al verla en lo que menos piensa uno es en Sherlock.
Tenía las peores referencias, pero pudo más mi curiosidad. ¡Sherlock y Jack the Ripper y Galdós! Hasta un niño haría algo interesante con esos ingredientes.
El Sherlock de Garci no es Sherlock sino un pasmarote al que a veces llaman así; Jack es un enviado del futuro o el poder o qué se yo que indigesto galimatías; Galdós es un actor recitando un papelito como en una función de colegio. No lo hace ni mejor ni peor que Ruiz Gallardón, con su barba postiza, o que Luis Alberto de Cuenca, escuchando muy serio un discurso que viene tan poco a cuento como el resto.
Los actores no hablan, parecen leer lo escrito en un teleprompter (haciendo a veces, como los malos locutores que se fían demasiado de las comas, pausa donde no deben).
Fui el único espectador que resistió las dos horas largas de metraje. Pero yo tenía un interés adicional: ver qué nuevo disparate se nos ofrecía tras cada fundido en negro. Quizá me quede con Watson, en el tren, defendiendo las corridas de toros como si recitara un editorial del Abc o mejor, ya al final, explicándole a su señora, en el dormitorio y con todos los ingredientes a la vista, antes de hacer el amor, las maravillas del cocido madrileño.
Salí pensando en cómo se puede hacer de esa manera el ridículo. ¿No tiene Garci ningún amigo que se atreva a decirle la verdad? Son los riesgos de ser guionista, director y productor.
Luego pensé que yo también soy el guionista, el director y el productor de mi propia vida. ¿No me pasará a mí lo que a Garci que haciendo lo que creo que debo hacer, con total libertad, sin tener demasiado en cuenta las opiniones ajenas, esté en realidad haciendo el ridículo? ¿Será mi vida, como Sherlock & Watson. Madrid Days, ni siquiera mal cine (aunque cuente con buenos profesionales, si prescindimos del director y guionista), sino solo mala literatura impostada y pretenciosa? Si ocurre eso, espero no ser, al contrario que Garci, el último en enterarme.
Martes, 11 de septiembre
SIEMPRE AMIGA
En China me consideraban el típico español, pero yo creo que, como español, resulto muy poco representativo. Por ejemplo, no soy nada anticatalanista. Me alegra el éxito multitudinario de la manifestación de hoy en Barcelona.
Para que se forme una pareja, hacen falta dos síes. Para que se rompa una pareja, basta un no. El verbo amar no admite el imperativo. “Libre te quiero, pero no mía”, dice el poema de Agustín García Calvo que canta Amancio Prada. Cataluña, libre te quiero: española, si tú quieres; no española, si así lo deseas. Pero siempre amiga.
Miércoles, 12 de septiembre
ALIENS
Miro el mundo desde muchos lugares, y uno de los más ilustrativos es la ventana de la televisión, a la que me asomo cada noche. Hace tiempo que me fascina un programa del canal Historia titulado Aliens. Todo –desde las pirámides hasta la mitología griega– lo explican por la visita de seres extraterrestres en los orígenes de la humanidad.
Al principio me parecían un timo esos documentales, llenos de presuntas “evidencias” que no resisten el menor análisis científico. Hasta que me di cuenta de que no eran programas de divulgación científica, sino programas religiosos que disimulan su condición de tal (las verdades religiosas siempre gustan de presentarse como verdades a secas). Detrás de la serie Aliens, como detrás de la película Prometheus, de Ridley Scott, está la Iglesia de la Cienciología predicando su evangelio. Ni más ni menos absurdo ni más ni menos dañino que el de las diferentes sectas cristianas, mahometanas o judías (menos dañino, en realidad, que el de bastantes de ellas).
No basta la razón, no basta la ciencia. El hombre, como los niños, necesita que le cuenten cuentos. Y gracias a esos cuentos es capaz de lo mejor y lo peor. ¿Esperar la llegada de los extraterrestres o esperar la llegada del Mesías? No hay ninguna diferencia. Mitos que ayudan a explicar lo que no tiene explicación ninguna.
Jueves, 13 de septiembre
OTRO COMIENZO
La emoción del primer día del nuevo curso. Antes de esta mañana, ya he entrado cuarenta veces por primera vez en un aula ante la atenta mirada de los alumnos. Y no se ha convertido en rutina, ni se convertirá nunca, por mucho que se repita.
Hasta este momento todo fue barullo administrativo. Ayer por la tarde todavía no estaban asignadas las aulas, y hacía falta un cursillo especializado para entender los horarios, con sus clases explicativas, seminarios, tutorías grupales, Mayor y Minor. La Universidad , como el país, a ratos da la impresión de una pesada barcaza que ha perdido el rumbo o un boxeador noqueado que por milagro se tiene en pie.
Pero comienzan las clases y esa mala impresión desaparece, al menos en mi caso. Ha pasado el tiempo, cuarenta años o cuarenta siglos, y la situación sigue siendo la misma. Alguien que habla, alguien que escucha, preguntas y respuestas, enseñar lo que se sabe y tratar de aprender juntos lo que no sabe. Y resignarse a que haya cosas, las más importantes, que no sabremos nunca. Y el miedo a no estar a la altura de lo que los alumnos merecen.
Sócrates lo haría infinitamente mejor, pero no hacía una cosa distinta de lo que hago yo. Y eso me basta para sentirme orgulloso. Y agradecido.
Viernes, 14 de septiembre
ES ASÍ
Leo Canon heterodoxo, un “manual de literatura española para lectores irreverentes”, de Antonio Enrique, para ver si cambio de opinión sobre el libro y el autor. Pero no pasa de un bien intencionado batiburrillo en el que buena parte de las páginas se dedican a una vieja guerra literaria, la que enfrentó a los llamados poetas de la Experiencia y de la Diferencia. En esa guerra yo también participé e hice toda la sangre que pude (entonces era joven y cruel, ahora ya no soy joven).
En el apéndice (la edición original es del 2003), el autor mira a los alumnos que inician el nuevo curso: “Pero de pronto me sobreviene una turbación, una certidumbre que me deja triste para el resto del día: estos muchachos nunca leerán el Quijote íntegro. Es así. Estoy ante la primera generación que no va a leer el Quijote”. Yo sonrío, como ante las “evidencias” que catedráticos de raras universidades presentan en Aliens. Los escolares de ahora, como los de hace cien años, unos leerán el Quijote y otros no; así ha ocurrido siempre. Pero las nuevas ediciones definitivas de Francisco Rico (hasta la edición siguiente, también suya) se seguirán vendiendo cada vez más.
Sonrío. Sigo siendo cruel con la estulticia ajena y sigo siendo joven. Cada nuevo curso es para mí un nuevo nacimiento. Los alumnos tienen siempre veinte años y yo también. No me pidan que lo explique. Es así, aunque no sea así.